25 de febrero de 2009

Reflexiones vigentes de recortes amarillentos.

Buscando en mis recovecos, entre polvo, libros viejos y recortes de periódico amarillentos, encontré dos artículos de Héctor Chiriboga, columnista de El Telégrafo, donde habla acerca del tema que hemos venido tratando por la realización del documental: el comercio informal en Guayaquil.
Inclusive este primer artículo resume y le sirve como sinópsis, coincidencialmente, a nuestro video.
Tu sádico batallón...
El manejo del espacio público demuestra el fracaso del municipio a la hora de promover la ciudadanía en democracia, pues necesita del pequeño ejército de guardias metropolitanos y privados para mantener el orden que tanto anhela.

La cuestión de la metropolitana ha saltado nuevamente. Conocíamos sus continuas arbitrariedades. La prensa de la ciudad reseñaba ocasionalmente sus acciones. El informe del Comité de Derechos Humanos del año 2003 las sistematiza en el marco del Plan Más Seguridad y la implementación de la regeneración urbana. La lista es larga: ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, uso excesivo de fuerza, allanamientos y la existencia de centros de detención por fuera del sistema nacional de prisiones. Pocos han escapado a su accionar: jubilados, comerciantes, estudiantes, ciudadanos comunes y hasta periodistas. Pocas veces han sido sometidos a la justicia y por lo regular son reintegrados a filas, salvo cuando por disposición del alcalde se separa a uno o dos y esto solo cuando el abuso involucra a medios y no está en juego, como ahora, el poder político. Funciona ahí la concepción de las manzanas podridas, se separa a una, la política queda.

El 10 de junio a través de la metropolitana y de funcionarios municipales armados de bates y correas, se volvió a atropellar el derecho ciudadano a protestar. El resultado, a más de los/as informales golpeados e insultados, fue la detención de Miguel Salazar, ciudadano con 60% de discapacidad mental.

Conducido al Palacio Municipal, golpeado y trasladado al cuartel de la metropolitana, su padre logró encontrarlo pero no sacarlo. Luego de peregrinar entre el Palacio Municipal y el Cuartel de la Metropolitana, los funcionarios negaron la existencia del detenido. El señor Salazar fue sacado del cuartel, mientras su padre indagaba su paradero, abandonado cerca de la penitenciaría y amenazado de muerte si denunciaba el hecho.

Lo anterior suena a secuestro y detención-desaparición, aunque para algunos medios sea la “actuación de las fuerzas de seguridad de la alcaldía”. Seguro que algunos más audaces dirán que es por el bien de la ciudad. A mí, en cambio, me parece que una parte de la urbe puede empezar a cantarle a la alcaldía, junto con Illya Kuryaki and the Valderramas, “…el pueblo exige una sana protección y no a tu sádico batallón…” .
Y del segundo, titulado "¿Formales?", saco este párrafo.
Me parece importante a más de reafirmar lo que lúcidos comentaristas han expresado sobre el uso del espacio público y la prioridad de la sobrevivencia en dignidad por encima de una “estética” de la urbe, mencionar que el tema de los informales exhibe el manejo discrecional que el Municipio hace de las definiciones y en consecuencia de la política aplicada a diversos grupos humanos. Sacar a los comerciantes de la Bahía para apoyar la gestión municipal y rotularlos de formales provoca extrañeza cuando no risa (que tal vez sea más efectiva contra el absurdo del poder Municipal que la ira) ¿Formales? ¿Por dónde? Hasta donde sabíamos la formalidad de las actividades comerciales devenía de la tributación sobre la renta percibida, las retenciones de IVA y por efectos de control, la facturación. ¿Los comerciantes de la Bahía y de la red de mercados que salen a apoyar al Alcalde entregan facturas? No, no lo hacen. Nunca lo han hecho. Su formalidad se origina en haber aceptado las condiciones impuestas por la administración: salir de las zonas limpias, agruparse en cubículos de 1×1 y tributar al Municipio.
Este tema sigue siendo una realidad en nuestra ciudad, y el debate debería continuar aunque los medios y la alcaldía pretendan que ya nadie se acuerda.

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