15 de noviembre de 2008

Las Cruces Sobre el Agua

Hoy se recuerdan 86 años de la mayor masacre contra el pueblo guayaquileño, la masacre de Las Cruces Sobre el Agua, bautizada así por el nombre de la novela de Joaquín Gallegos Lara, que relata el fatídico suceso.

A 86 años, quienes mantenemos la memoria histórica de nuestro pueblo, sentimos la necesidad de propagar los hechos que causaron aquella masacre que tiñó de rojo el río Guayas. Hemos decidido rendirle homenaje a partir de este espacio, que si bien no es la mejor cosa que digamos, es nuestra humilde trinchera de lucha y opinión. Por tanto voy a hacer un brevísimo relato de lo que aconteció aquel 15 de noviembre de 1922.

El Guayaquil de inicios de siglo XX entraba a competir al mercado capitalista internacional con la exportación del cacao, que para aquel entonces tenía un auge económico y estaba volviendo ricos a un grupo de personas que mantenían el control de gran cantidad de tierras. Pero este negocio no solo trajo a Guayaquil flujo de capital, sino que también el flujo de ideas, diríamos ideas nuevas y que a cualquier potentado pondría los pelos de punta. Esta idea fresca, que había surcado anchos mares, era llamada “anarquismo”.

Mientras el anarquismo llegó a Guayaquil y se propagaba de boca en boca, de estibadores hasta obreros eléctricos, las ventajas para la clase trabajadora; Guayaquil recibía un sin número de visitantes de otras provincias, que se aventuraban a venir en busca de una oportunidad de trabajo y de mejor vida.

La mejor vida sólo fue un espejismo del imaginario, tanto de quienes venían de otras provincias como de quienes habían nacido aquí, pues no veían los frutos de aquel auge económico tan cacareado y todos los días tenían que llenar la panza con sueños de mejor vida y sobrevivir sobre verdaderos pantanos y arrabales en humildes chozas.

Para entonces el boom cacaotero era una realidad, y toda la cantidad de ganancias que circulaban también. Pero vale recalcar que el flujo de ganancias eran una realidad para aquellos privilegiados, que ahora buscaban relacionarse con el poder político para poder consolidar su poder económico.

Estos sectores pertenecientes a la burguesía agroexportadora, logran su cometido y estrechan lazos con el gobierno de José Luis Tamayo, consiguiendo mayores privilegios mientras sus trabajadores seguían viviendo en la más absoluta miseria.

El resultado de estos privilegios fueron: la creación de bancos locales para mantener a salvo sus inversiones, aunque luego estos les servirían para hacer una serie de fraudes especulativos y devaluar la moneda para asegurar sus capitales, en plena crisis del cacao.

Como todo tiene su final, el auge cacaotero llegó a su fin. Pestes que destruían los cultivos como la monilla y escoba de bruja, destruyeron un sinnúmero de hectáreas y el gran negocio perdió ventas hasta perder paulatinamente su espacio en el mercado a la vez que su precio bajaba en picada.

La aristocracia comenzaba a perder todas sus inversiones, pero como siempre el juego de la gente sucia funciona así, la aristocracia junto a la banca guayaquileña de la mano con el gobierno, crean una serie de mecanismos que les permiten asegurar su dinero sea como sea y a costa de quien sea. En este caso la desgracia económica se la pasan al pueblo. Los bancos comienzan a emitir dinero sin respaldo apropósito para que el gobierno aliado entregue presupuesto para un salvataje bancario, muy similar al feriado bancario reciente. Esta y otras artimañas fueron el detonante de las sucesivas huelgas de trabajadores porteños.

El ambiente que se vivía en esos días era de gran agitación. La carestía de los alimentos de primera necesidad, producto de la especulación y la devaluación de la moneda, son los ingredientes que conllevan a que los sectores desposeídos se organicen y se unan en sindicatos para plantear sus demandas y llevarlas a cabo.

Aquella idea que cruzó un sin fin de mares, daba sus primeros frutos: se había regado entre todas las masas de trabajadores. La Federación de Trabajadores Regional del Ecuador (FTRE) era una muestra de la difusión del anarquismo entre los sectores laborales. Fue la FTRE, de corte anarcosindicalista, quien toma la posta y los trabajadores ferrocarrileros de Durán quienes activan la primera huelga, a finales de octubre del 22. Seguido a esto se unirían marchas de apoyo y la sucesiva huelga de los trabajadores eléctricos y otros sectores que poco a poco se irían uniendo.

Esto desembocó y dio como resultado una paralización de 3 días, una huelga general de los trabajadores. La ciudad en ese período de 3 días pasó bajo control obrero, que dio muestra de la capacidad orgánica de los sindicatos y sus militantes, además de mostrarnos que otro mundo es posible.

Esos días de control obrero, transcurrieron en paz, pero para el 15 se movilizaron tropas hasta Guayaquil con el fin de acabar con la reciente revolución obrera. La causa fue una carta del presidente Tamayo hacia el coronel Barriga, en la que decía explícitamente que “hasta mañana pasada de las 6 quería orden en Guayaquil, sea como sea queda usted advertido”. La carta era la crónica de una masacre anunciada.

Ese mismo día, una concentración de gigantes proporciones se movía especialmente en el centro de la ciudad. Eran las 4 de la tarde y las primeras balas se escuchaban por el malecón, los militares habían arribado a la ciudad y la orden había sido decretada. Cientos de personas, pobres, hombres, ancianos, niños, mujeres caían a punta de ráfaga de fusil. Los que alcanzaban a escapar, corrían desesperadamente a las tiendas de armas para buscar algo con qué defenderse, aunque no de mucho sirvió.

Aquellos que habían acudido con la alegría en el rostro y el palpitante corazón de aquel triunfo popular, eran de un momento a otro silenciados para siempre con el ruido de las balas. Aquella columna de sueños construida por quienes tienen hambre de justicia y sed de dignidad, era desmoronada a punta de bala por quienes tienen un casco en vez de cerebro.

Después de aquella cobarde carnicería humana, los militares con sus bayonetas habrían los cuerpos de los cadáveres, los llenaban de piedras y los lanzaban al río. Miles e incontables son las personas que no solo fueron asesinadas sino lanzadas al agua o enterradas en fosas comunes, para desaparecer su rastro. Las cifras de muertos se cree que va entre 2000 a 5000 personas, y hay que tener en cuenta la población total de aquel entonces, para poder ver la magnitud de tan cruel evento.

Sin embargo, los efectos de la masacre fueron más allá. A raíz de esto, se criminalizó la protesta, tanto como los movimientos sociales y trajo consigo una voraz persecución y exilio a los dirigentes anarcosindicalistas.

Pero lo ocurrido el 15 de noviembre en Guayaquil, no es un evento aislado. La masacre en el puerto es muy similar a la matanza de Santa María de Iquique en Chile en 1907, la Semana Trágica en Argentina en 1919 donde mueren cientos de obreros o también la Masacre de las Bananeras en Colombia en 1928 con un desenlace aterrador. No es casualidad que en todos estos episodios, el movimiento obrero caracterizado por el anarquismo sindicalista de aquel entonces haya sido cayado a través de la contestación de gobiernos ultra tiránicos que vieron como con gran fuerza y organización el pueblo tomaba el control de sus propias vidas y creaba un mundo alterno al de la imposición y la fuerza.

Tantos años después de todas estas masacres, nos quedan tan solo tres cosas. La memoria histórica que a veces puede ser frágil y que siempre hay que conservarla. La impunidad que a convivido con nosotros desde los tiempos mas antiguos. Y algo muy importante que es el referente que sirve como ayuda y guía a los nuevos movimientos sociales, un referente de que no todo está perdido y que sí se puede crear un cambio.

De esta forma rendimos homenaje a todos los caídos y silenciados por el despotismo estatal.

4 comentarios:

Unknown dijo...

deberia acotar el autor del texto que si el ejercito tenía la orden de disparar primero y preguntar despues, era debido a que siempre hay algun "sabido" que quiere pescar a rio revuelto... hubieron desmanes de infiltrados que destruyeron propiedad publica y privada, que saquearon mercados y almacenes...
eran estos "sabidos" de guayaquil, no sabemos, pero fueron los que realmente provocaron el "noviembre negro"...

Anónimo dijo...

Pero lo que no se dice públicamente es que el grito fue separatista, estos serranos hijos deputa llegaron a matarnos, ya que el auge económico nos permitía ya separarnos, no estoy seguro pero creo que Manabí no era provincia todavía, fue luego de esto que separaron a Manabí del Guayas para quitarnos fuerza.

Estos perros centralistas siempre nos han asesinado, inferiorizado y humillado.

Yo propongo que si mataron mil, matemos dos mil, ojo por ojo y diente por diente.

Anónimo dijo...

Fue el grito anarquista - separatista...

Anónimo dijo...

Que opinión tan pobre!, fue un hecho doloroso, esto no es cuestión de ser Costa y Sierra....Oriente y Galápagos....
y de ser costeños y serranos....
este tipo de injusticias, se dan a todo nivel, todo país tiene hechos sangrientos!, seguro no existe ninguno que este eximo.
Injusticias e h.p como dice el sr. guayaquileño que expone de una manera revulgar y fuera de lugar su opinion, existen en todo el país, situandonos en nuestra realidad.....o qué serranos no han muerto asesinados brutalmente?....
Aparte los dueños de los grandes grupos capitales son monosfff...
ahí tienen a Noboa...y seguramente en ese entonces era igual.
Así que, debería expresar de otra manera su antipatía por los capitalinos.
Además acotemos que los grandes matones del país León y Nebot...son de ????
Terrible ese tipo de opiniones online....totalmente separatistas, y fomentando esa cuestión de odio entre ciudades que son hermanas, pues comparten un mismo espacio físico e historia.