24 de noviembre de 2008

Mutualismo en una Lección

- artículo robado de mutualismo.org

El anarquismo es una ideología que aspira a la máxima ampliación de la libertad individual; a la formación de una sociedad en la que cada cual es dueño de su trabajo y, en consecuencia, a la abolición de la renta, el interés y la usura*1. Al contrario que el anarquismo colectivista o comunista, el mutualismo es una vertiente individualista del anarquismo que considera que todo esto puede lograrse a través del mercado. Para ellos, este no es la fuente del mal, sino un sistema neutral de intercambios voluntarios que ha sido alterado por el Estado para beneficiar a unos pocos: los banqueros, las grandes corporaciones, los terratenientes y los burócratas. Sin su respaldo, todos ellos caerían, dando lugar a una sociedad más igualitaria que cualquier régimen comunista, pero respetando la propiedad y la libertad individual.

Sin patentes que protejan los inventos e innovaciones de las corporaciones de la competencia, estas no podrían crecer desmesuradamente y controlar el mercado. Cualquier invento sería copiado rápidamente por los competidores, y los precios y beneficios caerían en picado con prontitud. Bill Gates no hubiera amasado una décima parte de su fortuna en la anarquía mutualista, y el descenso de precios en maquinaria y tecnología facilitaría el acceso de los obreros a los medios de producción.Además, gracias a esto, los fármacos y los libros de texto serían muy baratos (en el caso de los primeros, se calcula que alrededor de 40 veces más baratos*2), eliminando la necesidad de la sanidad y la educación estatales.

Sin tierras monopolizadas por los terratenientes, cualquiera podría cultivar el suelo libre y convertirse en un pequeño propietario. Nadie pagaría renta a los terratenientes y el precio de las tierras descendería; de esa forma se cumpliría el eslogan campesino de “la tierra para quien la trabaja” sin abolir la propiedad, y las viviendas serían más baratas.

Sin aranceles que protejan al empresariado nacional de la competencia internacional, tanto los precios como los beneficios caerían, impidiendo que las empresas protegidas crecieran a costa de los consumidores.

Sin el monopolio del dinero, que limita la emisión de dinero y la constitución de bancos a unos pocos privilegiados, los tipos de interés caerían gracias a la competencia. Como consecuencia, los negocios se multiplicarían, lo que presionaría sobre la demanda de trabajo y haría subir los salarios. Cada oleada de inmigrantes sería solventada, no mediante restricciones estatales, sino gracias a una demanda de trabajo siempre creciente. La libertad bancaria haría posible que las asociaciones obreras formaran bancos y emitieran billetes (respaldados por oro, plata, etc.) para financiar sus proyectos libres de interés.La eliminación de impuestos y licencias tendría efectos similares, estimulando los negocios y aumentando los salarios. La balanza se tornaría en favor de los obreros o, como dirían los clásicos, los empleos irían detrás de los empleados y no al contrario. La demanda de trabajo superaría su oferta.

Además de estos cuatro monopolios denunciados por Tucker, Carson ha advertido que el Estado subvenciona el transporte de las corporaciones. Los aeropuertos, puertos y carreteras son estatales; los aviones y barcos se construyen en gran medida con dinero estatal, y su combustible está subvencionado por el Estado. Sin esto, el precio de los productos vendidos por las corporaciones aumentaría, y los consumidores se inclinarían preferentemente por las empresas locales, que no tendrían que soportar los altos costes de transporte. En lugar de McDonald’s, que sería caro, es probable que aparecieran pequeñas hamburgueserías para saciar la demanda, suministradas con pan y carne del país. Zara, Nike, H&M y muchas otras empresas que basan su modelo de negocio en estos falsos “bajos costes” ocultos por la subvención, caerían igualmente, sustituidas en gran parte por pequeñas y medianas empresas.

También es probable que prácticas de agricultura ecológica, hoy apartadas del mercado a causa de esta subvención, florecieran impetuosamente en la anarquía mutualista. A esto se sumaría una cierta desconcentración de las ciudades gracias al bajo precio de las tierras y a la abolición de la centralización política, que concentra los recursos de la periferia en las capitales administrativas (lo que explica por qué muchas de las grandes ciudades están en el Tercer Mundo).

La organización mutualista de la sociedad saciaría las aspiraciones de los obreros, permitiéndoles conquistar los medios de producción con facilidad; de los pequeños propietarios, al eliminar los impuestos y la protección del Estado al gran capital; de los campesinos, devolviéndole la tierra y, en general, de todos aquellos que padecen la ineficiencia de los servicios públicos del Estado, de la concentración de la riqueza, del encarecimiento de la vida o de los salarios de subsistencia –si los hay.

Respecto a los servicios de seguridad y de justicia, serían provistos por asociaciones voluntarias; bien en competencia como cualquier otro servicio, bien bajo control democrático de las comunidades y mutualidades, de forma parecida a las asociaciones vecinales de Argentina durante el corralito. El Estado suele ser lento, ineficaz y distribuye sus recursos y efectivos policiales arbitrariamente (por ejemplo, los barrios más conflictivos tienen menos protección, etc.); en la anarquía mutualista, en cambio, la descentralización y el interés de productores y consumidores garantizaría su buen funcionamiento.

Las compañías de seguridad tendrían sus propias normas internas, y tratarían de evitar las guerras con otras compañías, que les supondrían costos adicionales, pactando con ellas para resolver los pleitos de sus clientes pacíficamente, en tribunales de arbitraje neutrales. Su interés en percibir beneficios las haría razonablemente pacíficas en comparación con el Estado, minimizando los conflictos.

La separación de poderes que claman los juristas del Estado es una ficción, ya que estos poderes no tienen intereses opuestos y son fácilmente influenciables por el ejecutivo (como muestra la ascensión por vía democrática de Hitler, o la persecución judicial de ETA según los caprichos del gobierno). En anarquía, el contrapeso de poderes estaría garantizado por el interés real de las compañías y los tribunales, reduciendo la arbitrariedad y ampliando la libertad individual: Las agresiones de las compañías estarían limitadas por la resistencia de las otras compañías; sus intentos de convertirse en Estados, dominando a los clientes, serían rápidamente solventados con la huida masiva de los mismos a otras compañías, etc.

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*1: Entiéndase por abolir “reducir hasta el precio de costo”. Por ejemplo, el interés del dinero no puede abolirse estrictamente, pero sí reducirse hasta el mínimo imprescindible para el funcionamiento del banco. Véase El principio de costo.

*2: Para esto véase Estado de Bienestar, ¿para qué?- Una crítica mutualista.

1 comentario:

JOSE FRANCISCO CHALCO SALGADO dijo...

BUEN TRABAJO!
SALUDOS
JOSE CHALCO SALGADO